miércoles, 14 de marzo de 2012

CRÓNICA DE LA MEDIA MARATÓN DE SALAMANCA II

Como lo prometido es deuda, aquí tenemos la crónica de la Media Maratón de Salamanca, desde otro punto de vista. Ojo con la foto, que no tiene desperdicio, es evidente que no encontraban los dorsales.


Quod natura non dat Salmantica non praestat

La jornada comenzó, como cada día de competición, en la plaza Santa Ana a la 7:20 de la mañana. Saludos varios, fotos de rigor y nos disponemos a marchar. Destino: Salamanca. Recuento antes de la partida: nuestro presi Juanjo, su compadre César, un Juanjo más, Susi y familia, Alfredo, Jose, y los debutantes Javier e Ismael. No salen las cuentas, nos falta alguien. Un nuevo recuento confirma la ausencia. ¡Coño GERMÁN, nos falta Germán!. Pasan los minutos y empezamos a impacientarnos. 20 minutos después se resuelve el enigma, una llamada de Jose arranca a Gemán de los brazos de Morfeo. Las bromas, risas y conjeturas sobre el motivo del retraso hacen más amena la espera. Todavía con cara de sueño, aparece el protagonista y, sin tiempo para collejas y reproches, emprendemos la marcha.

Paramos a desayunar en Aldeanueva del Camino donde, ajenos al reloj, se nos va el tiempo entre cafelitos, tostadas y visitas al baño de aquellos que no traían los deberes hechos de casa. Un ratito más de coche y llegamos a la siempre majestuosa Salamanca con el tiempo justo, muy justo. Allí, tras los problemas típicos de aparcamiento, en el pabellón Julián Sánchez “El Charro” nos esperan preocupados y nerviosos Juanjo, Jesús y Miguel Ángel. Agradecimiento especial para ellos que renunciaron a un buen calentamiento por estar pendientes de nuestra llegada para entregarnos los dorsales. Gracias compañeros.


Mientras nos cambiamos, nos enteramos de un nuevo contratiempo. El bueno de Miguel Ángel con un buen trancazo y tras una mala noche, se cae del cartel. Una lástima. Perdemos a uno de nuestros corredores más en forma.

La temperatura es ideal para correr. La gélida Salamanca se apunta a la fiesta y nos da un respiro. A las favorables condiciones climatológicas se une un gran ambientazo en la salida. Más de 1.600 corredores y mucho público en Federico Anaya. Sin tiempo para un adecuado calentamiento previo, cada lanchacabrero va en busca de su globo. Susi y Pirchu se adelantan a por el 1:30, Germán, Juanjo y yo buscamos el 1:40, el resto busca acomodo en ritmos más tranquilos.

Pistoletazo de salida y a correr. La incomodidad entre tanto corredor en los primeros kilómetros queda eclipsada por el ambiente festivo y el magnífico entorno. Tras bajar por la calle Toro, el paso por la Plaza Mayor es espectacular. Cientos de personas animando a los corredores y una concentración de motos, rinde tributo a los esforzados atletas. Viví 15 años en esa ciudad y aún hoy me cautiva el encanto de esa Plaza.

Tras el paso por la Plaza, bajamos por San Pablo buscando el río Tormes. Una breve ojeada a la majestuosidad del convento de San Esteban, una mirada al Huerto de Calixto y Melibea y, tras un vistazo a las vidrieras de la Casa Lis, enfilamos el Puente Romano.

Hasta ese momento vamos concentrados pendientes de evitar tropiezos y saboreando el hechizo especial que transmite esta ciudad. Cruzado el puente la cosa cambia, la carrera se endurece, los monumentos desaparecen y hacen aparición la primeras molestias. A unos los cuádriceps, a otros el gemelo y a mí los isquios, nos van incomodando la marcha más de lo deseado.

Sin nada alrededor que te distraiga, vas pendiente solamente de tus músculos y tus sensaciones, y eso es malo. Al menos lo fue para mí. Dejas de disfrutar la carrera y el agobio y la desconfianza se convierten en tus compañeros, compañeros que no te abandonarán hasta la meta y que poco a poco minan tu físico y tu moral. Dicen que esa sensación de sufrimiento es lo que engancha a este bendito deporte. Hay que padecerlo para entenderlo.

Unos llegamos cortos de preparación y otros arrastrando molestias físicas. En este sentido la carrera no perdona y pone a cada uno en su sitio. Aunque está asociada a cuestiones intelectuales, en este caso nos va al pelo la máxima quod natura non dat Salmantica non praestat.

Acompañados por el paisano Marcelino y otros compañeros, abandonamos Vista Hermosa y El Zurguén buscando de nuevo el Puente Romano. Grata sorpresa. Allí nos espera el amigo Gregorio para darnos ánimos e inmortalizar nuestro sufrimiento (Gregorio, como no podía ser de otra forma, se te echó de menos en la carrera).

Al llegar al paseo fluvial el recorrido suaviza su dureza y recupera parte de su encanto. Por delante Susi a lo suyo, como siempre como un tiro. Por detrás, Pirchu va perdiendo fuelle. Juanjo, Germán y yo nos mantenemos juntos pero por poco tiempo. Más atrás, Javier, tras una semana griposo, va a buen ritmo. Juanjo y César van tranquilos al ritmo que se habían propuesto. Jose va solo y Juanjo e Ismael marchan prudentes pero seguros.

Afrontamos como buenamente puede cada uno la subida del km 18. Sorprendentemente, no se me hace tan dura como esperaba y eso me anima. Ya arriba, el km 19, aunque llano, se me hace feo. Feo el tramo y feas otra vez las sensaciones. Todo lo que no sufrí subiendo lo estoy penando en el llano. Toca jurar en arameo, apretar los dientes y tirar para adelante. Cruzamos el puente sobre las vías del tren y como inertes y sin saber de dónde salen las fuerzas avanzamos hasta el pabellón Sánchez Paraíso y de allí, por fin, llegamos a la línea de meta entre el bullicio del público. En mi caso, 1 hora 37 minutos y 30 segundos después de la salida.

Enhorabuenas, abrazos, reconocimientos al esfuezo... son momentos para comentar las sensaciones de la carrera y reponer las energías gastadas con fruta, barritas, bebidas isotónicas... De ahí, al pabellón a estirar, después a las duchas (esta vez con agua caliente) y, por último, un masaje reparador que me dejó como nuevo. Manos de santa las de la fisio que me toco en suerte.

Y como tras un esfuerzo de esa magnitud procede un buen homenaje, fieles a la tradición como buenos lanchacabreros, no dirigimos a la zona de Van Dyck para dar buena cuenta de unas cuantas cervecitas y confirmar que la fama de los pinchos de la ciudad charra, está más que justificada. El tostón estaba para chuparse los dedos.

En definitiva, una carrera que habrá que repetir. Eso sí, esperemos que en mejores condiciones físicas y con alguna variación en el recorrido. 1.800 corredores otorgan a la prueba la suficiente entidad para pasar por lugares como la Clerecía, la Casa de las Conchas, la Universidad, la Catedral... El esfuerzo altruista de tanta gente (organización, colaboradores, voluntarios, fuerzas del orden, corredores y público), lo merece.

Saludos.

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