martes, 17 de mayo de 2011

¡¡¡Nuestro querido amigo Juanjo, ya ha mordido el veneno y la ha cagado!!!, ha corrido su primera Media y ha sentido lo que ya todos conocemos. La verdad es que es una sensación que a todos nos gustaría volver a repetir, el llegar a meta en nuestra primera Media Maratón, que parece que la ganas tú, de como te anima la gente y la alegría que te da el haber podido con los 21.097. En fin, aquí tenéis su crónica.

MI PRIMERA VEZ

No podría empezar esta crónica de mi primera media maratón sin agradecer a mi mujer y a mis hijos el apoyo y los ánimos que me han dado cuando me decidí a realizar esta prueba, sabiendo que mis condiciones físicas, últimamente, no han sido las más idóneas; los aplausos de mi mujer cuando me vio llegar a la meta y el besito que me dio cuando llegué, pues, sinceramente no se me olvidarán. También es de agradecer los sabios consejos que me habéis dado todos los lanchacabreros durante estos días, especialmente aquellos con los que más suelo entrenar, sobre cómo debería correr, alimentación, etc. así como la llamada telefónica de mi amigo Javi, horas antes de marchar hacia Coria, infundiéndome más animos. Y la verdad es que, gracias a todo esto, he conseguido hacerlo, ya que, meses atrás, ni se me hubiera pasado por la cabeza semejante experiencia



Durante las veinticuatro horas antes de la carrera todo fueron nervios, sobre todo pensando en qué ocurriría a partir del kilómetro dieciséis, o de la hora y media de carrera, que es lo máximo que yo he hecho entrenando. Pensaba en la maltrecha rodilla derecha, en los castigados gemelos… Ese era mi principal miedo, saber si aguantarían casi dos horas de carrera.

Después de haberme comido un buen plato de pasta, de echarme un ratito la siesta y de dar un último repaso a la bonita bolsa de deporte que nos ha regalado la joyería Relojería JesPil ( je, je ) llegó la hora de la partida. Salimos de Jaraíz con una tremenda tormenta que, como suele ocurrir normalmente, se fue poco a poco apaciguando, para quedarse una espléndida tarde primaveral, con buena temperatura, aunque, quizás, un tanto elevada para meterse veintiún kilómetros y pico entre pecho y espalda. Alrededor de las seis llegamos al pabellón de Coria, recogimos los dorsales y la bolsa del corredor y nos fuimos a ver las carreras de los peques.

Ya se empezaba a mascar en el ambiente que la hora se acercaba. De nuevo al pabellón para empezar con el ritual de cambiarse de ropa, ponerse el uniforme de gala, darse la vaselina, atarse bien los cordones… Como más o menos estaba todo decidido, tardamos poco y nos dirigimos a la zona de la salida para empezar, los prolegómenos, es decir, el calentamiento. Por megafonía iban diciendo el tiempo que quedaba para el inicio de la prueba y, tras sacarnos la reglamentaria fotografía y despedirnos de la familia y amigos, nos dirigimos hacia el arco de salida: allí fuimos, Juanjo el Presi, Susi, Germán, Juanjo Santos, Timón, José Antonio, Marcial, Alán, Pacheco, Alejandro y un servidor.

A las 19,30 h... 1,2,3, Pum, empieza la faena: con las calles del centro de Coria con un montón de gente iniciamos el bonito recorrido. Los nervios se terminaron y había que empezar a pensar en lo que estábamos haciendo. Juanjo el Presi y yo nos quedamos más retrasados y decidimos hacer la carrera juntos, tal y como habíamos hablado. José Antonio, Marcial, Alán y Pacheco también la hicieron juntos , un poquito por delante de nosotros. Los otros máquinas iban más adelantados. Los primeros kilómetros por el centro de la ciudad, más bien picando hacia abajo hacían que el ritmo fuera bueno, de ahí que el Presi, que de esto sabe mucho, me recordara tirando de refranero popular: “ Amigo, reserva el cirio, que todavía queda mucha procesión “ Poco a poco nos dirigíamos al kilómetro cinco, situado por la zona del puente que cruza el Río Alagón, donde saludamos a una simpática señora mayor sentada en su silla de enea, junto a su marido, que se deshacía en aplausos. Un poquito antes nos alcanzó un colega de Badajoz, pero nacido en San Fernando ( Cádiz ), que tras las respectivas presentaciones decidió quedarse con nosotros y formamos un trío. Nos preguntó, ¿ cómo os llamáis ?. Contestamos: los dos Juanjo y de apellido Hernández, y también compartimos mujer para ahorrar gastos… Unas risas y seguimos el camino. Primer avituallamiento, y adelante con los faroles. Hasta ahí todo perfecto, pero a partir del kilómetro siete aproximadamente un dolorcillo en el cuádriceps derecho empezó a molestarme y a no dejarme correr con la debida soltura. Dejamos el asfalto y empezamos a transitar por caminos y zonas en no muy buen estado, con mucha piedra suelta, arena etc, que impedía un buen apoyo del pie y te hacía ir con cuidado para evitar dar un mal paso y lesionarte.

Con el ritmo que nos habíamos marcado, llegamos a Rincón del Obispo y a la animada zona de la romería, donde nos recibieron a golpe de bombo y platillo y donde nos acordamos de nuestro romero de Castañar, que seguro que también estaría, a esta hora de la tarde, como unas castañuelas. Allí nos topamos con una cuestecita con la que no contábamos y con mucha gente a ambos lados del camino. Aquí un señor de unos cien kilitos, sentadote en una silla y con la pierna escayolada nos dijo “ ¡ Ay, si yo pudiera… !“ ( el gachó tenía en la mano un cigarro y un pelotazo de cuidado ).Como para salir corriendo. Pasada la anécdota del romero, en el kilómetro trece más o menos, al amigo Juanjo se le mete una china en la zapatilla y al mover la pierna para intentar sacarla ( la china ) le da un tirón en la pierna acompañado de un ¡ ahhhhhhhhh. ¡ que nos hizo temer lo peor. ¿ Se habría lesionado el que nunca se lesiona ? Al colega de Badajoz le dije que continuara su camino. Momento de incertidumbre. Nos paramos unos segundos, la pierna del Presi se entonó y continuamos con la tarea. Con las esponjas nos refrescamos un poquito e intentamos tonificar nuestra dañada musculatura. Con un ritmo algo más lento, llegamos al kilómetro quince, otro avituallamiento oficial, al margen del que nos ofrecían las simpáticas gentes del entorno, que estaban pasando la tarde en sus parcelas, y que con las frescas aguas de sus pozos, nos reconfortaban aún más a los sufridos corredores. Seguían pasando los kilómetros, adelantamos a algún que otro compañero de ruta y ya divisamos la inmensa catedral cauriense a nuestros pies. Había que llegar como fuera, ya no había otra opción. De nuevo pasamos por el puente, donde la simpática señora que antes aludía, hora y pico después, seguía en la misma silla de enea ,y en la misma pose, con su querido esposo, animando sin parar a los locos que por allí pasábamos. Ya se iban notando los kilómetros, las piernas mías algo cargadas, Juanjo se había recuperado más o menos y volvimos a acentuar un poquito más el ritmo. Decidimos acercarnos a por nuestro amigo pacense, al que cogimos justo antes de la famosa subida al “ cubo “, esa temida cuesta que te encuentras en el kilómetro dieciocho aproximadamente y que, entre el empedrado que tiene, su pendiente y los kilómetros que llevamos encima, la hacen dura de verdad. Pero nuestro amigo no pudo más y, al inicio de la cuesta, le dijimos adiós y como dos campeones y como buenos veratos, emprendimos el apretón final; metimos la reductora, adelantamos a otros dos más que iban medio andando, medio corriendo, y entramos llenos de energía por la puerta de Coria sabiendo que lo más difícil estaba hecho.

Encaramos los dos últimos kilómetros con el ánimo de las gentes que había en las terrazas, aceras, etc; Y llegamos al último kilómetro, donde nos encontramos a un maltrecho Pacheco, que, víctima de un tirón muscular en el gemelo, estaba estirando en una valla para poder seguir y terminar. Al vernos, se unió a nosotros hasta llegar juntos a la línea de meta donde recibimos el cariñoso aplauso de la gente que nos estaba esperando. Habíamos consumado el acto. Al parar, las piernas me temblaban; Un abrazo con mi mujer, unos suaves estiramientos, una botella de agua, algún isotónico, una “ reconfortable “ ducha de agua fría, un par de tubos de cerveza y algo de picoteo, me hicieron ir volviendo a ser persona. Después, a los coches, y, de nuevo, a Jaraíz. Pero no a casa, había que reponer los líquidos perdidos; y eso fue lo que algunos hicimos en alguna terraza de la calle nueva.

Pero mi media maratón no terminó ahí, pues cuando llegué a casa y me metí en la cama empecé otra. No, no penséis mal. No había forma de dormirse. Entre el dolor de piernas, el cansancio, y la cafeína de los dos geles que había tomado, se me habían quedado los ojos como platos, parecía un búho. Y, aunque no os lo creáis, los cerré sobre las seis y media de la mañana. Al día siguiente nos fuimos de campo con la familia. Al llegar a Garganta, mi padre me invitó a subirme al cerezo a coger unas cerecitas. Rechacé la amable invitación, pues entre el sueño que arrastraba y los dolores musculares que arrastraba, me iban a impedir moverme como Dios manda por el cerezo, y habría convertido el oficio de cerecero en tarea de alto riesgo, con claro peligro para mi integridad física. Después de comer, una buena siesta y la vida se empezó a ver de otra manera.

Pero no quería terminar estas líneas sin dedicar unas sinceras palabras a mi amigo J.J.Hernández: muchas gracias por haber sido mi compañero de fatigas en la que ha sido mi primera media maratón, gracias por tus sabios consejos de perro viejo en estas lides y gracias por haberme aguantado, pues ha sido para mí un placer haber estado a tu lado durante esta hora y cincuenta y cinco minutos que duró nuestra particular carrera.

En definitiva, ha sido duro pero ha merecido la pena. Como en otros órdenes de la vida, no olvidaré mi “ primera vez. “ , aunque, en esta ocasión, haya sido en compañía de uno de cuarenta y tantos tacos.

Un abrazo para todos. Nos vemos por esos caminos y carreteras y, por supuesto, en los bares.

¡¡Una pasada!! ¿verdad?. ¡Qué recuerdos!. En fin, enhorabuena querido amigo, que sepas que es la primera de muchas, pues ya no vas a ser capaz de dejarlo aunque quieras, no sólo el correr en sí, si no el rollo de antes y de después.

Las fotos las ponemos abajo en un gadget.

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