Con el paso de los días, empezamos a saludarnos con la mano, o con un gesto de la cabeza. Yo iba mejorando y me encontraba con más confianza, pero seguía admirando su determinación y su constancia. Lo que más llamaba la atención era su vestimenta: no usaba camisetas técnicas para correr, sino un par de camisetas de algodón viejas que iba alternando. También llevaba unos pantalones cortos de atleta con unos cuantos años encima. Y sus zapatillas no eran el último modelo, ni mucho menos. Se veían gastadas y seguramente habían pasado de los 1.000 kilómetros hace muchos años.
En su cabeza, sujetando su pelo cano y despeinado, una cinta de esas que
atrapan el sudor y que parecía llegada de finales de los años setenta.
Probablemente la época en la que él había empezado a correr. Porque mi
compañero involuntario de entrenamientos en aquel pequeño parque donde
empecé a correr era un hombre de avanzada edad que, a pesar de su
zancada corta y baja, parecía disfrutar a cada paso. Su cara no
reflejaba ningún tipo de sufrimiento o cansancio.
Con el tiempo, los saludos silenciosos dieron paso a las palabras:
“¡Hola, chaval!”;
Cuando me apunté a mi primer grupo de entrenamiento, un compañero, Carlos, que había vivido en mi barrio, me dijo que él también conocía a ese simpático corredor veterano que recorría cada mañana el parque del lago. Se llamaba Aurelio y, al parecer, vivía por allí desde que era niño. Tenía algo más de 80 años y era viudo. Pero no había empezado a correr en los años 70. Sino a principios de los 2000, tras la muerte de su esposa, cuando él acababa de jubilarse.
Correr para volver a sonreír
Según mi amigo, Aurelio no tenía hijos o familia cercana, así que se quedó solo y deprimido.
Dejó de bajar al bar donde tomaba café todos los días y la gente del
barrio casi no le veía. Hasta que una mañana, meses después, salió a la calle con unas zapatillas
y vestido de corto y empezó a pasear en el parque. Semanas después, ya
corría una hora cada día. Su expresión triste empezó a desaparecer y su
pena se fue alejando.
Aurelio volvió a ser el hombre dicharachero y hablador de siempre con
sus vecinos y decidió que había muchas cosas por las que merecía la pena
seguir viviendo. Una de ellas, la satisfacción que le proporcionaba esa carrera matutina. Nunca se le vio participar en carreras populares o correr en otro lugar que no fuera aquel parque.
Al llegar a nuestra altura, se quedó mirándome y, al reconocerme, sonrió ampliamente y se paró.
-¡Hombre, chaval! ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! -me dijo-. Pensaba que te habías dado por vencido y que ya no corrías.
-¡Para nada! -le respondí-. Me mudé a otra zona de la ciudad y dejé de venir a este parque.
-Pues me parece muy estupendo, chaval. Pase lo que pase, nunca dejes de correr.
Y tras pronunciar estas palabras, me dio un par de palmadas en el
hombro, se despidió y retomó su carrera por el camino de tierra hasta
perderse entre los árboles. "
Artículo del corredor popular Mario Trotta, de la web www.carreraspopulares.com
Por cierto, en la pestaña " PRÓXIMAS CARRERAS " tenéis enlaces a carreras virtuales, por si alguno se anima a probar esta forma de correr que se ha puesto de moda.
Y la amiga Margaret, ¿ dejará de correr ?.
Saludos a todos y nos vemos por esos caminos y carreteras.
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