Quod natura non dat
Salmantica non praestat
La jornada comenzó, como cada día de competición, en la plaza
Santa Ana a la 7:20 de la mañana. Saludos varios, fotos de rigor y
nos disponemos a marchar. Destino: Salamanca. Recuento antes de la
partida: nuestro presi Juanjo, su compadre César, un Juanjo más,
Susi y familia, Alfredo, Jose, y los debutantes Javier e Ismael. No
salen las cuentas, nos falta alguien. Un nuevo recuento confirma la
ausencia. ¡Coño GERMÁN, nos falta Germán!. Pasan los minutos y
empezamos a impacientarnos. 20 minutos después se resuelve el
enigma, una llamada de Jose arranca a Gemán de los brazos de Morfeo.
Las bromas, risas y conjeturas sobre el motivo del retraso hacen más
amena la espera. Todavía con cara de sueño, aparece el protagonista
y, sin tiempo para collejas y reproches, emprendemos la marcha.
Paramos a desayunar en Aldeanueva del Camino donde, ajenos al reloj,
se nos va el tiempo entre cafelitos, tostadas y visitas al baño de
aquellos que no traían los deberes hechos de casa. Un ratito más de
coche y llegamos a la siempre majestuosa Salamanca con el tiempo
justo, muy justo. Allí, tras los problemas típicos de aparcamiento,
en el pabellón Julián Sánchez “El Charro” nos esperan
preocupados y nerviosos Juanjo, Jesús y Miguel Ángel.
Agradecimiento especial para ellos que renunciaron a un buen
calentamiento por estar pendientes de nuestra llegada para
entregarnos los dorsales. Gracias compañeros.
Mientras nos cambiamos, nos enteramos de un nuevo contratiempo. El
bueno de Miguel Ángel con un buen trancazo y tras una mala noche, se
cae del cartel. Una lástima. Perdemos a uno de nuestros corredores
más en forma.
La temperatura es ideal para correr. La gélida Salamanca se apunta a
la fiesta y nos da un respiro. A las favorables condiciones
climatológicas se une un gran ambientazo en la salida. Más de 1.600
corredores y mucho público en Federico Anaya. Sin tiempo para un
adecuado calentamiento previo, cada lanchacabrero va en busca de su
globo. Susi y Pirchu se adelantan a por el 1:30, Germán, Juanjo y yo
buscamos el 1:40, el resto busca acomodo en ritmos más tranquilos.
Pistoletazo de salida y a correr. La incomodidad entre tanto corredor
en los primeros kilómetros queda eclipsada por el ambiente festivo y
el magnífico entorno. Tras bajar por la calle Toro, el paso por la
Plaza Mayor es espectacular. Cientos de personas animando a los
corredores y una concentración de motos, rinde tributo a los
esforzados atletas. Viví 15 años en esa ciudad y aún hoy me
cautiva el encanto de esa Plaza.
Tras el paso por la Plaza, bajamos por San Pablo buscando el río
Tormes. Una breve ojeada a la majestuosidad del convento de San
Esteban, una mirada al Huerto de Calixto y Melibea y, tras un vistazo
a las vidrieras de la Casa Lis, enfilamos el Puente Romano.
Hasta ese momento vamos concentrados pendientes de evitar tropiezos y
saboreando el hechizo especial que transmite esta ciudad. Cruzado el
puente la cosa cambia, la carrera se endurece, los monumentos
desaparecen y hacen aparición la primeras molestias. A unos los
cuádriceps, a otros el gemelo y a mí los isquios, nos van
incomodando la marcha más de lo deseado.
Sin nada alrededor que te distraiga, vas pendiente solamente de tus
músculos y tus sensaciones, y eso es malo. Al menos lo fue para mí.
Dejas de disfrutar la carrera y el agobio y la desconfianza se
convierten en tus compañeros, compañeros que no te abandonarán
hasta la meta y que poco a poco minan tu físico y tu moral. Dicen
que esa sensación de sufrimiento es lo que engancha a este bendito
deporte. Hay que padecerlo para entenderlo.
Unos
llegamos cortos de preparación y otros arrastrando molestias
físicas. En este sentido la carrera no perdona y pone a cada uno en
su sitio. Aunque está asociada a cuestiones intelectuales, en este
caso nos va al pelo la máxima quod
natura non dat Salmantica non praestat.
Acompañados por el paisano Marcelino y otros compañeros,
abandonamos Vista Hermosa y El Zurguén buscando de nuevo el Puente
Romano. Grata sorpresa. Allí nos espera el amigo Gregorio para
darnos ánimos e inmortalizar nuestro sufrimiento (Gregorio, como no
podía ser de otra forma, se te echó de menos en la carrera).
Al llegar al paseo fluvial el recorrido suaviza su dureza y recupera
parte de su encanto. Por delante Susi a lo suyo, como siempre como un
tiro. Por detrás, Pirchu va perdiendo fuelle. Juanjo, Germán y yo
nos mantenemos juntos pero por poco tiempo. Más atrás, Javier, tras
una semana griposo, va a buen ritmo. Juanjo y César van tranquilos
al ritmo que se habían propuesto. Jose va solo y Juanjo e Ismael
marchan prudentes pero seguros.
Afrontamos como buenamente puede cada uno la subida del km 18.
Sorprendentemente, no se me hace tan dura como esperaba y eso me
anima. Ya arriba, el km 19, aunque llano, se me hace feo. Feo el
tramo y feas otra vez las sensaciones. Todo lo que no sufrí subiendo
lo estoy penando en el llano. Toca jurar en arameo, apretar los
dientes y tirar para adelante. Cruzamos el puente sobre las vías del
tren y como inertes y sin saber de dónde salen las fuerzas avanzamos
hasta el pabellón Sánchez Paraíso y de allí, por fin, llegamos a
la línea de meta entre el bullicio del público. En mi caso, 1 hora
37 minutos y 30 segundos después de la salida.
Enhorabuenas, abrazos, reconocimientos al esfuezo... son momentos
para comentar las sensaciones de la carrera y reponer las energías
gastadas con fruta, barritas, bebidas isotónicas... De ahí, al
pabellón a estirar, después a las duchas (esta vez con agua
caliente) y, por último, un masaje reparador que me dejó como
nuevo. Manos de santa las de la fisio que me toco en suerte.
Y como tras un esfuerzo de esa magnitud procede un buen homenaje,
fieles a la tradición como buenos lanchacabreros, no dirigimos a la
zona de Van Dyck para dar buena cuenta de unas cuantas cervecitas y
confirmar que la fama de los pinchos de la ciudad charra, está más
que justificada. El tostón estaba para chuparse los dedos.
En definitiva, una carrera que habrá que repetir. Eso sí, esperemos
que en mejores condiciones físicas y con alguna variación en el
recorrido. 1.800 corredores otorgan a la prueba la suficiente entidad
para pasar por lugares como la Clerecía, la Casa de las Conchas, la
Universidad, la Catedral... El esfuerzo altruista de tanta gente
(organización, colaboradores, voluntarios, fuerzas del orden,
corredores y público), lo merece.
Saludos.
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